Muy queridos peregrinos:
Un catedrático aragonés, hace algunos años, ascendió hasta el Roel para investigar acerca de nuestro Santuario. Pidió entrevistarme y, cuando nos encontramos, me formuló la siguiente pregunta ¿Qué es el Saliente? Parece una pregunta sencilla, pero no lo es en absoluto. Prueba de su complejidad es la cantidad de respuestas con que, a lo largo de la historia, se ha tratado de contestar a esta cuestión. Ahí están los historiadores que, con mayor o menor rigurosidad, acumulan sus tesis al respecto. En paralelo, y libres de legajos polvorientos, las buenas gentes excitan su fantasía con leyendas más o menos piadosas. Los antropólogos, aunque escasos por estos lares, se esfuerzan por realizar analogías con otros lugares sagrados. No faltan los comerciantes que, ávidos de ganancia, traducen en frías matemáticas la atracción hacia este lugar. Quizás los poetas y los artistas, con su singular sensibilidad hacia la belleza, intuyen algo del misterio que aquí sucede.
¿Qué es – por tanto – el Saliente? Desechando dictámenes ajenos, el pecho de cada peregrino abriga un interrogante similar. Casi sufrimos, a semejanza de los coetáneos de Jesús, un interrogatorio parecido al que Él mismo les planteó: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué salisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Mirad, los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta?» (Mt 11, 7 – 9). En efecto, cuando los pies del peregrino se encaminan hacia este desierto del Buen Retiro; no es porque aguarde una meta análoga a la de todos los días. Aquí se encuentra algo diferente, que enmudece las palabras y abre el corazón.
La mera tradición, entendida como rutinaria costumbre o nostalgia por el pasado, no tiene cabida en el Saliente. Aquí se descubre que la historia es, ante todo, historia de Salvación. Porque Dios, haciéndose Él mismo peregrino en el seno de María, se hace camino y meta de todos los peregrinos. Al Saliente se allega el peregrino cargado de recuerdos y dolorido por las ausencias; pero con la certeza de ser transformado para continuar la peregrinación de la vida. De ahí que, el verdadero peregrino, no se escandaliza por la evolución de los tiempos ni tiene miedo por el futuro. El buen peregrino no es esclavo del pasado, porque su razón de ser es avanzar y saludar las nuevas realidades. Porque el Saliente no es una recreación del ayer, ni está encadenado a más nombres que el María… siempre viva como Madre de todos los Desamparados.
El Saliente es, ante todo, una experiencia. Y una experiencia de encuentro, personal y transcendente. Si toda la religión cristiana, más que una transmisión de conocimientos divinos, es un encuentro con Jesús; este Santuario es un punto privilegiado para encontrarse. Esta afirmación puedo sostenerla porque, una y otra vez, la confirman los miles de peregrinos que compartís vuestras experiencias. Personas de las más distintas edades, condiciones sociales y niveles culturales… Casi me atrevería a decir que con muy distintas creencias religiosas que, de un modo asombroso, experimentan en este Santuario un encuentro muy especial. ¡Cuántas veces he escuchado a peregrinos que, ya fuera por su presencia en el Saliente o el recuerdo del mismo, han descubierto un sentido nuevo en su existencia!, ¡Cuántas personas que, del modo más variopinto, han encontrado en el Saliente un motivo para seguir viviendo y afrontar las dificultades!
En el Saliente María, como en las bodas de Caná (Cf. Jn 2, 1 – 11), advierte nuestras necesidades y las presenta a Jesús. Eso es el Saliente. Es la caricia maternal, dinámica y resolutiva, que nos abre a la esperanza. Peregrinar al Saliente es decir al propio corazón de uno: “¡Sigue adelante, la vida vale la pena y tú embelleces al mundo!”. Nuestra vida no es un miedo permanente a que nos arrebaten la felicidad, sino peregrinación de lucha hacia la victoria definitiva. En María, «…mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (Ap 12, 1), todos vencemos – por el poder de Jesús – las amenazas del dragón. Peregrinar al Saliente es liberarse de los miedos, enfrentarse a los problemas y vencer con Jesús.
Este año, como ya sucedió la vez anterior, la peregrinación es también diferente. La profunda rehabilitación del templo del Santuario, que tanto sacrificio está costando, así lo exige. Pero la sabiduría cordial de los peregrinos, que de modo tan obsequioso supo acoger la creatividad de los que aquí trabajamos, hará llevadera esta contrariedad. Ojalá que pronto, muy pronto, con una mayor generosidad de todos se pueda concluir esta obra. Por ello, no es cuestión baladí que estudiemos de modo inteligente y práctico nuestras ofrendas. Peregrinemos con el corazón y con la determinación de colaborar de manera eficaz en tales trabajos.
Peregrinemos, a la postre, con confianza. Como dijo hace poco nuestro Obispo, don Antonio Gómez Cantero: «Es la Madre. Es el regazo que nos mantiene unidos, y nos cobija, seamos como seamos, pensemos como pensemos, vivamos como vivamos. Aunque vuestra madre os olvide yo no os olvidaré nunca, dice el Señor, que tiene entrañas de madre, entrañas de misericordia».
Afmo. en Cristo, Antonio J. M. Saldaña Martínez
Rector