Queridos hermanos sacerdotes y diocesanos todos:
Los días que han pasado desde que fuimos recluidos en nuestras casas nos han hecho ver y experimentar la gravedad de esta pandemia que lentamente ha ido extendiéndose a toda Europa. Se van poco a poco haciendo evidentes las consecuencias para la población del virus que siembra con la enfermedad y la muerte principalmente de las personas más vulnerables la incertidumbre ante lo que pueda suceder todavía, ya que las autoridades avisan de que aún no ha llegado lo peor. No sólo estamos viviendo los efectos más tempranos, sino que con ellos se abre un futuro incierto por las consecuencias económicas y sociales, que vienen a unirse a la enfermedad y en tanos casos a la muerte de seres queridos para las familias que padecen los decesos de alguno de sus miembros.
Todos podemos constatar que la seguridad de nuestras sociedades actuales, seguras en tantos sentidos, hasta hacernos con frecuencia perder la idea de nuestra fragilidad, no es una seguridad consistente por sí misma, porque como todas las realidades de este mundo es finita como nosotros somos mortales.
Esta es la experiencia aleccionadora de esta pandemia que creíamos ya imposible, aunque en la memoria de las epidemias del pasado que nos refresca el cine haya conocido un sobresalto todavía reciente en la epidemia desencadenada en África por el ébola. Fueron imperiosos los retos de esta epidemia no hace todavía mucho, pero quizá no supimos valorar su cara humana lo suficiente más allá de la actualidad que le dieron los medios de comunicación como reverso de la cara maldita de la enfermedad. Esa cara humana fue impactante, porque lo es ver el heroísmo de los sanitarios que lucharon a brazo partido con el virus hemorrágico para salvar a los que al fin sobrevivieron, mientras ellos se infectaron hasta labrar en auxilio de los enfermos su propia muerte.
Es el mismo fenómeno que ahora es la actualidad en los países avanzados de Europa, contagiada por este coronavirus que se multiplica sin cesar y, aunque se esconde bajo los síntomas de una gripe convencional, desencadena neumonías y cuadros clínicos que provocan, según informan las autoridades sanitarias, dificultades respiratorias que desembocan en paros cardiacos. Aunque, ciertamente, las personas mayores tienen mayores riesgos, sobre todo las personas ancianas, el virus no se detiene ante personas más jóvenes e incluso muy jóvenes. Por lo cual, todas las precauciones son pocas y todos hemos de cumplir con obediente conformidad las indicaciones que los sanitarios y la autoridad pública nos vayan dando.
Así, pues, con el mejor propósito de evitar un contagio mayor en la población, hechas las consultas pertinentes y siguiendo las indicaciones mencionadas, se actuará conforme a lo que aquí se prescribe.
I. Cierre de iglesias y administración de los sacramentos
1º. Es prudente cerrar las iglesias a los actos públicos de culto, contando con la dispensa del precepto que ya he concedido a todos los fieles. Así ordeno que se haga en toda la diócesis.
2º. Esto no significa que en su interior no se celebre el culto. Es razonable que, en su interior con las puertas cerradas, los sacerdotes sigan celebrando la santa Misa, acompañados de algunos fieles muy distanciados unos de otros.
3º. Del mismo modo, cuando lo exijan las circunstancias, se administre el sacramento de la Penitencia si algún fiel lo pidiere; y se lleve la sagrada Comunión y el santo Viático a los enfermos que lo reclamen. La administración de estos sacramentos se deberá hacer en las condicione higiénicas necesarias y la protección de la mascarilla, si se requiriese, a fin de no resultar contagiado el sacerdote que administra estos sacramentos.
II. Retransmisión de la celebración de la santa Misa y de los oficios de Semana Santa
Con el propósito de mantener la piedad cristiana alimentada espiritualmente por la Palabra de Dios y la celebración eucarística, he dispuesto que se retransmita la santa Misa los domingos de la Cuaresma que faltan y las celebraciones de la Semana Santa y su prolongación en el tiempo pascual, si fuere necesario. Con este objetivo he dispuesto que se proceda como sigue:
1º. La santa Misa sea retransmitida por Internet para la diócesis a partir del próximo domingo, a las 11,30 horas desde la S.A.I. Catedral de la Encarnación.
2º. Del mismo modo, los cultos de la Semana Santa se retransmitirán por Internet desde la S. A. I. Catedral de la Encarnación, en la franja horaria que se indicará en su momento en el portal de la página web del Obispado de Almería.
3º. Los días laborables (en ferias Cuaresma y Pascua durante la semana) se celebrará la santa Misa capitular a las 9,00 h. de la mañana, precedida de la recitación de Laudes.
III. Valor de la Liturgia, realidad sacramental y presencial
Conviene, no obstante, no perder de vista la situación excepcional en la cual se vive y participa en la celebración de la fe en tiempos de epidemias como los presentes, y otros similares por causas diversas en las que no podemos detenernos aquí.
La vivencia y participación en la liturgia es realidad presencial, no virtual ni, por tanto, se piense que puede ser sustituida por la telemática que facilita la audición y visón de los ritos cristianos que celebra la comunidad celebrante, presidida por el ministro sagrado, que actúa en la persona de Cristo.
El sacramento es una realidad que requiere la participación en carne y, si la comunión espiritual puede ayudar a la unión con Cristo e incluso en situaciones de necesidad puede ser la única forma que media esta unión, no puede sin embargo sustituir a los sacramentos.
Todo ello pide tener ideas claras y saber que el deseo y el «voto» de los sacramentos, empezando por el bautismo, sólo se da en estas situaciones de excepción y, por tanto, no podrán sustituir en situaciones de vida normal la participación en la liturgia sagrada de la Iglesia de manera presencial ni excusar la participación en ella los domingos y días de precepto, cuando ni la persecución ni la enfermedad ni tampoco el contagio infeccioso de la epidemia no lo impidan.
IV. Una palabra de aliento y esperanza
Para concluir quiero enviar a toda la comunidad diocesana una palabra de aliento y esperanza, recordando a todos los diocesanos las palabras del Apóstol san Pablo a los cristianos de Roma, refiriéndose a la fe en Cristo que nos justifica y nos otorga la paz que nos proporciona la gracia de Dios, y añade: «en la cual nos hallamos y nos gloriamos en la esperanza. Más aún, nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5,2-5).
Así, pues, mientras los sanitarios se esfuerzan por cuidar de nuestra salud y las autoridades disponen lo que es mejor para el bien común en esta situación de prueba, nosotros encomendamos su persona y sus familias y rezamos unos por los otros. Tenemos presentes a cuantos están hospitalizados en situaciones de grave enfermedad y a quienes en la soledad de sus casas y las residencias necesitan especial protección y amparo, entre ellos las personas de la calle, para que de una u otra manera por medio de Caritas, Cruz Roja y Protección Civil y los Cuerpos de Seguridad no les falte la protección necesaria.
Agradezco a los sacerdotes que se hallen dispuestos a acudir a socorrer espiritualmente a quienes lo necesiten en los hospitales y en sus casas, como siempre han hecho, y también a las religiosas y personas de vida consagrada y a los voluntarios de las parroquias su disposición a ayudar y a rezar.
V. Una oración en la necesidad de los Obispos de Europa
Adjunto a estas letras una oración del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa, para esta situación de pandemia. Es una oración que se puede recitar cada día y, de este modo permaneceremos unidos en la plegaria de súplica e intercesión acompañados por la Santísima Virgen María, Salud de los Enfermos.
«Dios Padre, Creador del mundo, todopoderoso y misericordioso,
que por nuestro amor enviaste a tu Hijo al mundo
como médico de almas y cuerpos:
Mira a tus hijos que, en este difícil momento de desconcierto
y consternación en muchas regiones de Europa y del mundo,
recurren a Ti en busca de fortaleza, salvación y alivio.
Libéranos de la enfermedad y del miedo,
sana a nuestros enfermos,
consuela a sus familias,
da sabiduría a nuestros gobernantes,
energía y recompensa a los médicos, enfermeras y voluntarios,
y la vida eterna a los fallecidos.
No nos abandones en el momento de la prueba
y libéranos de todo mal.
Te lo pedimos a Ti, que con tu Hijo y el Espíritu Santo,
vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén».
V/. ¡Santa María, Madre de la Salud y de la Esperanza!
R/. Ruega por nosotros
Que nos acompañe la intercesión de san José, como vivamente lo deseo en esta solemnidad del santo Patriarca. El estado de pandemia no ha impedido llevar adelante la campaña del Seminario, que hemos trasladado a mayo y que tradicionalmente se realiza en esta jornada y las fechas que la preceden. San José es en la Iglesia muy amado, porque Dios hizo de él custodio de la sagrada Familia. La Iglesia le tiene por protector y patrono y a él ha confiado las vocaciones sacerdotales. A él acudimos esperanzados, porque a él le confió Dios Padre a su Hijo y la Virgen María, de la que fue verdadero y castísimo esposo.
Con todo afecto y bendición.
En Almería, a 19 de marzo de 2020
+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería