Madre de los Desamparados

Queridos peregrinos:

Recuerdo a una viejecita de mi infancia, pasada de años pero robusta y pequeñaja, que a todas horas proclamaba que no tenía miedo alguno a la muerte. De esta manera y sin venir a cuento en las más de las veces, tiznaba cualquier evento o conversación con la idea de la parca. Pues bien, pasó el tiempo y un problema circulatorio dejó patente que sus días estaban contados… ¡cómo cambió entonces el pregón de la pobre viejecita! Las valientes declaraciones de antaño se tornaron maldiciones ¡y hasta gritos de desesperación! Y es que, mis queridos peregrinos, una cosa es teorizar sobre la muerte y otra bien distinta es observa cómo se nos aproxima como una realidad inapelable.

A nosotros nos ha sucedido algo parecido a lo de la viejecita. Hace menos de un mes, entre el aplauso entusiasta de unos y la indiferencia de otros, todos hablábamos de eutanasia y de muerte digna. Nos sentíamos más libres porque teníamos, por fin, el derecho a morir… Y resulta que la muerte, que raramente rechaza cualquier invitación que se le formule, se nos ha presentado en la puerta de casa con esta epidemia de virus y miedo. ¡Qué distinto es hablar de la muerte de otros a sentirla en nuestras propias carnes! Un velo de tristeza, de los auténticos y no de los poéticos, ha ensombrecido desde entonces cualquier alegría y el terror nos contagia velozmente.

Es como, si en un momento, nos hubiera desprovisto del suelo sobre el que nos sustentamos. Preocupación que oprime nuestros corazones, sobre todo cuando tenemos seres queridos a nuestro cuidado en situaciones de riesgos o albergamos la duda de ser nosotros mismos trasmisores del temido virus. Dolor vivo de tantos que experimentan la necesidad de ganarse el pan, para ellos mismos o para su familia, bajo la posibilidad de ser contagiados. Tragedia para los encargados de la salud, del orden y del abastecimiento que no pueden guarecerse tras las puertas cerradas de las instituciones; dejando en sus hogares terribles dentelladas en aquellos que los aman… En fin una epidemia digna de tener en cuenta, pero que hace más daño porque hiere lo más profundo de nuestro afecto y de nuestra propia comprensión del mundo.

Por eso, mis queridos peregrinos, yo quisiera humildemente abrir un boquete de luz en este panorama en este corifeo de negros presagios. Cierto que no soy científico, para daros un potingue milagroso, ni tampoco tengo autoridad para imponer esos cordones sanitarios por los que tantos suspiran hoy… simplemente quiero recordaros que el título más maternal de nuestra Pequeñica es Madre de los Desamparados. ¡Y cuánto cura, sobre todo las heridas del corazón, el amor de nuestra buena Madre! Nuestra Señora nos recuerda que la última palabra nunca la tiene la muerte ni la enfermedad, sino su Divino Hijo que ha pasado por el trance del sepulcro para que éstos jamás tengan valor definitivo sobre nosotros. Ella, la Virgen Inmaculada, nos repite las palabras de Cristo en el Evangelio: “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados.” (Mt 10, 28)

Seamos prudentes, pero no desesperemos como gentes que carecen de la esperanza de la Fe. Nuestros antepasados, que sufrieron epidemias tremendas hasta hace un siglo escaso, subieron hasta las plantas de la Pequeñica y encontraron tanto consuelo como salud. Ved, por citar un ejemplo, la iglesita que en el Llano de los Olleres se levanta a Nuestra Señora en su advocación del Carmelo. Con muchas penurias, fue edificada para agradecer a la Virgen su amorosa protección durante la epidemia de cólera. Y allí sigue, tan blanca como el mantel que acoge al mismísimo Jesucristo en el pan y en el vino que continúa descendiendo cada domingo desde que su Madre bendita amparó a esta aldea.

¿Somos nosotros más sabios que nuestros antepasados para no pedir su maternal amparo? Las heridas de nuestro corazón y el terror nos asemejan bastante, a pesar de los laudables avances de la ciencia. Quizás seamos un poco menos humildes o hayamos perdido la transcendencia de nuestra propia existencia. Pero sé que todos continuamos albergando el deseo de su maternal caricia sobre nuestro miedo y nuestra enfermedad. Como también sé, porque lo leo en las páginas del Santo Evangelio, que María Santísima es la Madre que Cristo nos ha dado y no nos fallará: “Ahí tienes a tu Madre” (Jn 19, 27).

Por eso quiero invitaros a la plegaria de Rogativa que celebraremos el próximo domingo, a las 12:30h., ante la imagen bendita de nuestra Virgen del Saliente. Podemos acudir, con las manos muy bien lavaditas y cargados de pañuelos, o unirnos espiritualmente a la plegaria elevada desde el Roel. Se lo pediremos como a Ella le gusta, adorando la presencia de su Divino Hijo en el Santísimo Sacramento. Ofreciéndole la oración del Santo Rosario, para bendecir con Nuestra Señora la presencia sacramental del Señor de la Vida. Y, finalmente, bendeciremos nuestra comarca con Su Divina Majestad para que aleje este mal a todos los peregrinos del Saliente.

Si antaño le fue prometido a Nuestra Señora la edificación de nuevos templos o cuantiosas limosnas ¡y vaya si no las necesita nuestra Pequeñica para poner a punto su pobre casa!; yo me atrevo a pediros algo mucho más importante. Lo que os mendigo no cuesta dineros… pues la factura de mi petición la pagó Cristo en el Calvario. Me atrevo a solicitaros algo que alegra mucho más el Corazón Inmaculado de la Virgen: ¡que recibáis a su Divino Hijo! Que en esta Pascua próxima comulguemos con verdadero fervor, habiendo confesado para reconciliarnos con Dios, y pidiéndole con toda el alma que convierta nuestro corazón. Así, aunque la restauración de la Casa solariega del Roel se tarde más, Nuestra Señora tendrá para su Divino Hijo la más hermosa y limpia de las casas en nuestros corazones.

¡Ánimo, que nuestra Madre del Cielo nos espera allá arriba y nos socorre acá! Vamos a vaciar nuestras preocupaciones en su Corazón Inmaculado, vamos a pedirle por tantos que trabajan y luchan en estos tiempos difíciles, vamos a implorar por todos los enfermos y los que están sufriendo, vamos… a que nuestra Madre acoja todos nuestros desamparos.

Antonio J. M. Saldaña Martínez
Rector