Muy queridos peregrinos:
La incontrolable climatología del mes de mayo suele sorprendernos año tras año. Desprovisto de los adornos poéticos con los que suele ensalzarse, entramos en un mes más cálido y ajetreado por motivos diversos. Más, para nosotros, todos estos elementos quedan en un segundo plano. Es, ante todo, el mes que nos ayuda a querer más a Nuestra Señora. No porque el resto de los meses la tengamos más olvidada. Es que, en mayo, debido a la tradición, tenemos más oportunidades de manifestar el amor que llevamos por dentro. Un amor puro y limpio, que nada ni nadie puede empañar. Sobre todo, se trata de un amor que nos mueve el corazón y que, como todo amor verdadero, nos va cambiando la vida.
El amor a María Santísima no es enamorarse de una idea idealizada o una evocación nostálgica. Es ir creciendo en amistad y en cariño hacia una mujer real ¡nuestra Madre! Ella, porque está en el Cielo, tiene con nosotros la mejor de las comunicaciones. Le confiamos nuestras cosas, especialmente las que más nos duelen, y experimentamos su amparo. Y, como buena Madre, sabemos que nos aconseja bien. Nos hace distinguir el bien del mal, nos anima a luchar con aquellas actitudes que dañan y nos ensancha el afecto por los demás.
Por esta razón, encontrarnos con Nuestra Señora va más allá de la piedad. Nadie queda indiferente cuando, al hablar con su madre, le abre las propias entrañas. Significa reajustar el conocimiento de cómo entendemos la vida y, en definitiva, trazar el futuro que queremos. A sus ojos misericordiosos, dulces y maternos, le confiaremos cientos de cosas. Como miembros de una misma comunidad, la gran familia de los hijos de Dios, también le presentaremos nuestros asuntos.
En primer lugar, nuestra propia comunidad: la Iglesia. El camino sinodal que nos ha marcado el Santo Padre es una oportunidad maravillosa para reflexionar y, después, actuar en consecuencia. Nuestro Obispo, al clausurar la fase diocesana del Sínodo de los Obispos, nos enseñó: «Somos de Cristo. Pues enamorémonos de él. Y desde esta perspectiva seremos distintos […] Que cada uno ponga al servicio de todos sus cualidades y sus dones. Aprendamos unos de otros, aunque seamos distintos, y añadamos a nuestra fe lo que otros tienen y nos falta a nosotros».
Y, porque somos Iglesia que vive en la realidad del mundo, presentar a la Reina de la Paz nuestro dolor y nuestra esperanza en este tiempo de violencia. El fantasma de la guerra no solo sobrevuela en los pueblos de Rusia y Ucrania. En otras muchas partes del mundo, a menudo olvidadas, también se sufre y se muere. Orar y comprometerse por la paz es una misión de todos, porque Cristo nos urge con el mandamiento de la caridad fraterna.
¡Cuántos asuntos para llenar su Corazón Inmaculado! Me consta que, en vuestras reiteradas peregrinaciones durante los treinta y un días de este mes de mayo, vais a ir desgranándole todo eso. Pero, como ya hemos visto que tenemos preocupaciones comunes, también queremos tener una conversación todos unidos con Ella. Un diálogo con nuestra Madre de los Desamparados, para que haga de nuestras lágrimas un baño de esperanza. Os invito, por ello, a que nos reunamos para rezar el Santo Rosario por todas estas intenciones. Será en una fecha significativa, el próximo viernes trece de mayo a las siete de la tarde. En esa jornada os animo a que peregrinéis a este Santuario, con sincera devoción, para obsequiar a Nuestra Señora y ofrecerle nuestra plegaria.
Cuento con vuestra acogida generosa a esta invitación, ya sea participando espiritual o plenamente. Esta convocatoria, natural y familiar, será la que nos congregue durante este mes de mayo ante la imagen bendita de Nuestra Señora de los Desamparados del Buen Retiro del Saliente Coronada. Vamos a contemplarla, pero vamos a hablarle mucho con la plegaria del Rosario. Papa Francisco nos dice: «el Rosario es la oración que acompaña siempre mi vida; también es la oración de los sencillos y de los santos… es la oración de mi corazón».
Afmo. en Cristo, Antonio J. M. Saldaña
Rector