Carta a los peregrinos en la conclusión del mes de la Virgen
Muy queridos peregrinos:
Este año la conclusión del mes consagrado a Nuestra Señora casi coincide con la solemnidad de la Santísima Trinidad. Se trata de un maravilloso encuentro, pues no hay un templo más digno para el Dios Uno y Trino que María Santísima. Ella, con la humildad de la esclava del Señor, aceptó la voluntad del Padre y concibió a su Hijo por el Espíritu Santo. María es el más nítido espejo de la Santísima Trinidad y, por esta razón, es modelo e imagen de toda la Iglesia.
La profunda huella de la Trinidad en Nuestra Señora, explican el desbordante amor y gratuidad que caracteriza su bendita maternidad sobre todos nosotros. Solo participando en este amor trinitario, se puede comprender la auténtica realidad de la auto donación de uno mismo. Es muy necesario que, aprendiendo de María, también nosotros nos esforcemos en reflejar este amor. No podemos ser partícipes de dinámicas contractualistas, donde nuestro amor se proporcione a la medida de aquello que recibimos y no vaya más allá. San Pablo, con su apasionado estilo, trazó lo que debe ser nuestro modo de amar: «El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.» (1Cor 13, 4 – 7)
¿Acaso no fue así como amó Nuestra Señora? También nosotros, principiando una humildad que se asemeje a la suya, debemos amar de este modo. Lo necesitamos nosotros, para poder ser partícipes del amor de la Trinidad Santísima. Lo necesitan nuestros hermanos, porque no se puede vivir con una comunicación quebrada. Lo necesita, sobre todo, la Iglesia que se traiciona a sí misma si no refleja esta imagen de unidad en el amor. Necesitamos, ante estas necesidades, recordar que nuestro de juzgar situaciones y personas es desde le paradigma de este elevado amor. Podrá haber sufrimientos, como los hubo en la vida de Nuestra Señora, porque nuestros anhelos son tan altos como Dios… pero esperemos solo de Él porque nadie más nos saciará.
La vida y la prodigiosa maternidad de Nuestra Señora, que hemos podido meditar en cada uno de estos treinta y un días, nos regala el método y la ayuda que necesitamos. Entreguemos, con arrebatador amor, nuestra vida con la mirada fija en Dios. Disfrutemos de la donación de nuestro propio ser, sin que la espera de la recompensa inmediata nos aparte de la verdadera esperanza. Gocemos de la gratuidad de nuestras acciones, porque lo más hermoso de nuestros días lo hemos recibido gratis de la Divina Misericordia.
Quisiera que, en este postrero día de mayo, cada uno de nosotros ofreciéramos la flor de este amor en el altar de Nuestra Señora. Una promesa de amor que, transcendiendo los modelos de este mundo, ame con la grandeza de la Santísima Trinidad en un nuevo modo de vivir y de relacionarnos. No creo que haya otra promesa más valiosa para Nuestra Señora que ésta, que yo me atrevo a proponeros al rezar por última vez el piadoso ejercicio de las Flores a María. Por la devoción que le profesamos: ¡amemos como María!
Afmo. en Cristo, Antonio J. M. Saldaña Martínez