« Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; y está en cinta […]. Y apareció otro signo en el cielo: un gran dragón rojo […]. Y el dragón se puso en pie ante la mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo cuando lo diera a luz. Y dio a luz un hijo varón , el que ha de pastorear a todas las naciones con vara de hierro, y fue arrebatado su hijo junto a Dios y junto a su trono.» (Ap 12, 1-5).
Este texto sagrado del Apocalipsis queda plasmado, de manera sublime, en la talla de cincuenta y ocho centímetros que configura la sagrada imagen de Nuestra Señora. Labrada en madera de tilo, se inscribe dentro de la tradición granadina que iniciara Alonso de Mena para las imágenes devocionales de culto doméstico de pequeño formato. El excepcional virtuosismo de la talla hace que, para algunos estudiosos, solo pueda responder a la mejor gubia del siglo XVII español: Luisa Ignacia Roldán Villavicencio la Roldana.
El diminuto conjunto escultórico tiene a Nuestra Señora como centro de la composición, de brillante carnadura y ojos claros que se elevan al cielo. El cabello, de bellísimos bucles, se desparrama por sus hombros y espalda. Vestida con una túnica en blanco estofado, los pliegues resaltan el vientre grávido que delata su preñez. Del vientre a la cabeza Nuestra Señora está aureolada por un manto azul estrellado. Flotando en el espacio, se pliega en sus delicados brazos recogidos en actitud de oración. Los níveos pies de Nuestra Señora descansan en la luna.