«COMO MARÍA: “CASAS VIVAS” DE DIOS» CARTA DEL RECTOR DEL SANTUARIO DIOCESANO DEL SALIENTE AL INICIO DEL MES DE MAYO

Muy queridos peregrinos:

Hace algún tiempo, en una de sus homilías dedicadas a Nuestra Señora, nuestro Obispo, don Antonio Gómez Cantero, afirmó: «también nosotros necesitamos ser acariciados por la mano de la Madre. Todos los días, en nuestros desvelos, luchas, fatigas, decaimientos, abatimientos y contrariedades, – también en estos tiempos tan confusos y de guerra – María pone un pilar debajo de nosotros –que nos sustenta – para que no renunciemos a vivir unidos y en paz hasta los últimos rincones de nuestra tierra, de nuestra vida y de nuestras relaciones personales».

Estoy convencido de que todos y cada uno de vosotros, cuando encamináis vuestro corazón y vuestros pasos hacia este Santuario, vivís estas enseñanzas de nuestro Prelado. Y, cuando finalmente divisamos las escarpadas rocas del Roel entre los retorcidos almendros, vibra nuestra alma al traspasar sus sagrados umbrales. Realmente, entramos en la “Casa de María”. Más allá de su singular belleza arquitectónica, y hasta de su misma historia, sus benditas piedras parecen reiterar las palabras bíblicas de santa Isabel: «¡Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá!» (Lc 1, 45).

Aquí, de un modo palpable y cercano, Nuestra Señora nos permite experimentar que: «… el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria» (Jn 1, 14a). Verdaderamente, la Bienaventurada Virgen es el “lugar” en el que habita el Hijo de Dios. Como confesó Ella misma al Arcángel: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Se une a la voluntad de su Santísimo Hijo, en la realización del único proyecto de amor y misericordia del Padre. En la maternidad de Nuestra Señora, el cielo y la tierra quedan enlazados por Jesucristo. Ella es la “casa viva” de Dios, reflejando la misión de todos nosotros como Iglesia.

Por eso, Nuestra Señora nos impulsa a proclamar la presencia de Dios en medio de nuestro propio mundo. Nos recuerda que, si prescindimos de Dios, nos ahogaremos en las aguas turbias de nuestro egoísmo. Pereceremos bajo la tiranía del individualismo, que antepone el tener al ser y diluye el amor entre nosotros. Sin Dios, en definitiva, es imposible que seamos auténticos seres humanos. Vivir la presencia de Dios es vislumbrar, hasta en los horizontes más sombríos, la esperanza que nunca nos defraudará (Cf. Rom 5, 5). Porque, la Encarnación que se principió en el vientre inmaculado de Nuestra Señora, es panacea frente a cualquier soledad que podamos sufrir.

La Santísima Virgen, en su condición de “casa viva” de Dios, nos descubre que nuestro genuino hogar es – justamente – donde Jesucristo habita y, en consecuencia, nadie resulta extraño. La Madre de Dios, que también nos hace gozar de su maternidad, nos invita a su “casa” y participar de la voluntad misericordiosa de su Hijo Santísimo. Por esta razón, al participar del amor de Jesucristo, se nos edifica una casa en este mundo y entramos a ser hermanos los unos de los otros.

Nuestra Señora, en su propia persona, nos exhibe esta belleza y nos interroga. Cuestiona la realidad de nuestras vidas y nos pregunta: «¿Queréis ser vosotros, como yo, “casas vivas” de Dios?, ¿queréis abriros, sin guardaros ningún rincón secreto, a la presencia de Dios?». Y María, en toda la maravillosa grandeza de su maternidad, proclama que no válido argumentar que – de proceder así – nuestra libertad sufriría merma. Dios no acota la libertad humana, pues rompe las cadenas que la esclavizan a cualquier deseo de dominación o posesión. Por el contrario, Dios lleva a la perfección la libertad humana; en tanto vive su apertura a la entrega del propio ser al amor.

Bajo el amparo de Nuestra Señora, mientras peregrinamos a este Santuario, vamos transformándonos en “casas vivas” de Dios. Aunque, a fin de cuentas, puedan parecer contradictorios los términos “casa” y “peregrinación”; no ocurre así en nuestra vida cristiana. Nuestra “casa viviente” no es una inalienable propiedad individual, sino abierto hogar a los que andamos por esta senda de la vida. Ser “casa viviente” de Dios es habitar, pero igualmente caminar hacia la “casa definitiva”¨: «He aquí la morada de Dios entre los hombres, y morará entre ellos, y ellos serán su pueblo, y el “Dios con ellos” será su Dios» (Ap 21, 3).

Con el piadoso fin de que, al peregrinar al Santuario os percatéis de esta invitación de Nuestra Señora, se está rehabilitando desde hace más de un año nuestro templo material. Ofrezcamos las flores de nuestra generosidad y cordial apertura para que pronto, muy pronto, nuestro templo nos ayude a ser “casas vivas” de Dios en nuestro mundo.

Afmo. en Cristo, Antonio J. M. Saldaña Martínez
Rector