«JESUS, ICH LIEBE DICH» BENEDICTO XVI, IN MEMORIAM

Estas han sido, según aquellos que lo han rodeado en su agonía, las palabras que han sellado para siempre los labios de Benedicto XVI. Una expresión que, traducida de la lengua de Goethe a la de Cervantes, significa: «Jesús, te amo». De este modo, con una apasionada confesión de amor, quedó extinguida su peregrinación terrena. Esta postrera declaración me hace recordar el gran anuncio realizado a inicios de su pontificado: «Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo “un mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro. En un mundo en el cual a veces se relaciona el nombre de Dios con la venganza o incluso con la obligación del odio y la violencia, éste es un mensaje de gran actualidad y con un significado muy concreto» (Deus caritas est n. 1).

Siempre a lo fundamental, sin tergiversaciones o extravagantes derivaciones filosóficas. En el magisterio de Benedicto XVI brilla la auténtica simplicidad evangélica, centrado en el aspecto nuclear del Cristianismo. Un lenguaje nítido y claro, donde su propia persona quedaba soslayada. Únicamente importa lanzar el anuncio cristiano: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. Jesucristo es la Verdad hecha Persona, que atrae hacia sí al mundo. La luz irradiada por Jesús es resplandor de verdad. Cualquier otra verdad es un fragmento de la Verdad que es él y a él remite. Jesús es la estrella polar de la libertad humana: sin él pierde su orientación, puesto que, sin el conocimiento de la verdad, la libertad se desnaturaliza, se aísla y se reduce a arbitrio estéril. Con él, la libertad se reencuentra, se reconoce creada para el bien y se expresa mediante acciones y comportamientos de caridad».

 

Iluminado por Jesús, Benedicto XVI nos ha enseñado la verdadera libertad. Frente a la libertad pervertida de nuestro entorno, cada vez más sumisa al discurso de lo políticamente correcto y la obsesión con la propia persona; ha sido el profeta que ha hecho brillar la auténtica vocación cristiana. Por eso mismo, por su misión profética, sufrió el ataque de los poderosos y las masas devoraron la caricatura realizada por éstos. Él nos ha enseñado a ser valientes. A este respecto, escuché con mis propios oídos lo que nos dijo a los entonces seminaristas en Madrid: «Apoyados en su amor, – nos dijo – no os dejéis intimidar por un entorno en el que se pretende excluir a Dios y en el que el poder, el tener o el placer a menudo son los principales criterios por los que se rige la existencia. Puede que os menosprecien, como se suele hacer con quienes evocan metas más altas o desenmascaran los ídolos ante los que hoy muchos se postran. Será entonces cuando una vida hondamente enraizada en Cristo se muestre realmente como una novedad y atraiga con fuerza a quienes de veras buscan a Dios, la verdad y la justicia» (Homilía del 20 de agosto de 2011).

 

Sí, Benedicto XVI ha sido auténtico maestro y marcó las pautas de una Iglesia, la del futuro, más centrada en el mismo Jesús. Los eslóganes generalistas o aquellos que pretenden dárselas de cultos, han repetido sin cesar que era un conservador que quería hacer retroceder a la Iglesia. Lo presentan como un nostálgico de etapas pretéritas, como un personaje involucionista que vivía alejado de la realidad de los tiempos. Se olvida su protagonismo durante el Concilio Vaticano II y las reformas por él emprendidas, más centradas en la eficacia que en la charlatanería. Él, hace más de medio siglo, nos invitó a avistar una Iglesia más auténtica y santa. Mermada en su número, pero más fiel a Jesús y benéfico fermento en una sociedad desdibujada. Una Iglesia que, de una vez por todas, viva centrada exclusivamente en el misterio cristiano. Su biógrafo, Peter Seewald, ha compartido estos días una confidencia del Pontífice difunto: «Si pertenecer a la Iglesia tiene algún significado, es que nos da la vida eterna y, por lo tanto, la vida correcta y verdadera en general. Todo lo demás es secundario».

 

He aquí el tesoro que Benedicto XVI deja para la Iglesia y para el mundo. El Pontífice humilde, trágicamente vilipendiado, que propuso la absolutez de Jesús en una sociedad líquida que se pliega a lo absurdo. Su persona, su obra y su sorprendente renuncia son y serán insoslayables interrogantes para acercarse a la Iglesia. Benedicto XVI nos ha enseñado, insisto, a ser discípulos de Jesús en este Tercer Milenio. Gracias a él, somos más de Jesús. Su delicadeza y elegancia espiritual, son referencias del modo de ser cristiano que van a protagonizar la Iglesia de las décadas venideras. La indomable periodista italiana Oriana Fallaci, incorregible atea, afirmó poco antes de sucumbir al cáncer; que la lectura de las obras de Benedicto XVI la inundaba de consuelo. La atracción hacia esta belleza, que proclama la verdad de Jesús, constituye la única metodología válida para la acción eclesial del mañana. Cualquier otro camino, enredado en las ideologías seculares o en palabras extrañas, conduce a un fracaso que ya nos amarga.
No quisiera dejar de compartir una vivencia personal, de hace ya más de una década. Me he referido a las palabras de Benedicto XVI en Madrid. Quien estas letras escribe estaba allí, junto a cinco mil seminaristas del mundo entero y bajo las bóvedas de Santa María la Real de la Almudena. La veneración y cariño hacia este Papa era tal que, junto con otros compañeros almerienses, nos adueñamos de los lugares más próximos al trono papal. Por años que viva, dudo que pueda experimentar una emoción más honda. Aferrado al lábaro y bendiciendo dulcemente con su mano diestra, no dejaba de esbozar tímidas sonrisas con ojos que delataban fatiga. Aunque no soy nada mitómano; desde ese momento, constaté la certeza de su altura espiritual y de lo que significa la denominación de “Vicario de Cristo”. Ahora, en el momento de sus exequias, la reacción de tantos cristianos y personas de buena voluntad; me confirma que no yerro.

 

Como ha dicho nuestro amado Papa Francisco: «Con conmoción recordamos su persona tan noble, tan gentil. Y sentimos con el corazón mucha gratitud: gratitud a Dios por haberlo donado a la Iglesia y al mundo; gratitud a él, por todo el bien que ha hecho y sobre todo por su testimonio de fe y de oración». Intuyo que el bien realizado por Benedicto XVI, que se multiplicará prodigiosamente por la comunión de los Santos, nos regalará renovadas maravillas. Con toda humildad, también yo le doy las gracias y confieso el impacto de su obra en mi propia comprensión de Jesús. La compañía de sus enseñanzas alumbra y alumbrarán mi sendero. Descanse en paz y, como el más hermoso memorial, se esparza por todas partes la advertencia de su testamento espiritual: «¡Manteneos firmes en la fe, no os dejéis confundir!» (Testamento espiritual, 29 de agosto 2006).

Antonio J. M. Saldaña
Rector