La acción de la Iglesia es siempre misionera, pues nuestra presencia en el mundo no tiene otra razón de ser que transmitir a Cristo a todos los pueblos y culturas. De esta misión brotan todos nuestros afanes y, también, las espléndidas o sencillas obras que podamos hacer. El por tres veces centenario Santuario Diocesano del Saliente no es una excepción pues, desde sus humildes orígenes en 1716, responde a una intención netamente evangelizadora. Su fundador, el presbítero Lázaro de Martos, trajo hasta el Roel la sagrada imagen de la Pequeñica para que se alzara un templo que cobijara la celebración de la fe de los cortijeros del contorno. Atraído por el perfume de la Virgen, que consolaba su celo pastoral, llegó en 1764 el buen Obispo Sanz y Torres. Tan insigne Prelado almeriense, tal y como se reconoció en su sermón fúnebre: «Edificó a sus expensas un santuario portentoso […] en cuyas cercanías hay multitud de cortijos cuyos habitantes tienen en él pasto espiritual y todo consuelo con el capellán que allí reside».
Cada una de las piedras que conforman sus venerables muros fue colocada, y se sigue remozando, con esta intención misionera. Igualmente sus piedras vivas, es decir, la ingente cantidad de hombres y mujeres que han edificado – y edifican – la intrahistoria de este Santuario; responden únicamente a la misión encomendada. Se trata de proponer una respuesta luminosa, a través de María, a las incógnitas que imantan a los peregrinos hasta la sierra de las Estancias.
Este discurrir misionero abre, con la primera visita de la sagrada imagen a tierras velezanas, un capítulo nuevo. Gracias a la generosidad de nuestro Obispo, don Antonio Gómez Cantero, la Pequeñica irá – en misión de alegría y esperanza – a levantar los velos oscuros de la pandemia y de la guerra. Esta futura visita, la tercera que realiza de modo oficial, es cordial agradecimiento de tantas ¡tantísimas! visitas que ha recibido. Los lugareños de los Cerricos, de Chirivel y de Vélez – Rubio… han acortado, hasta hacer desaparecer, la distancia existente con sus corazones antes que con sus pies. No median kilómetros ni ramblas entre sus vidas y lo que, día tras día, refulge en el camarín alto que evidencia la maternidad de Nuestra Señora.
Esto es algo que conocen bien los albojenses. Hombres laboriosos, dotados de una sagacidad sin límites, que confían su esperanza eterna a la Señora que cuida todos sus desamparos. Ellos tienen la prerrogativa, consagrado por el Patronazgo otorgado por el Santo Padre, de ser trono de la Pequeñica. Por su privilegiada relación, son conscientes que el mayor servicio que le prestan es compartirla y gozar de sus amores. Albox, alambicado en su sabiduría cristiana, ayuda a Nuestra Señora para que extienda su manto estrellado sobre todos los desamparados.
Por eso esta visita es novedosa, pero entronca con la centenaria historia del Santuario. Novedosa por las formas, pero respondiendo al germen misionero que ha cincelado cada rasgo distintivo del fenómeno del Saliente. Ahora, cuando la simpática leyenda deja paso a la contundencia de los acontecimientos últimos, la Virgen del Saliente sigue ofreciéndonos una inspiradora certeza. Es la fuerza de los caminos viejos y nuevos, discurran por ramblas o por cerros, que tienen por meta el encuentro con María… para encontrar en su vientre al Cristo que nos responde.
Antonio Jesús María Saldaña Martínez
Rector del Santuario Diocesano del Saliente